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- Escrito por: Rosa Blanca Pérez
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Desde que hace sesenta años la radio y la televisión cubanas se convirtieron en patrimonio del pueblo al servicio de ese mismo pueblo, sus emisoras y canales han difundido esos valores culturales de los cuales se enorgullece nuestra nación, sin desentenderse de las más diversas y genuinas expresiones de la cultura universal.
Un cometido que cobra una importancia capital en estos tiempos de intensa avalancha tecnológica y mediática, cuando con tanta frecuencia e insistencia se ponen al alcance de muchísimos compatriotas ciertos mensajes y patrones culturales que nos resultan totalmente ajenos, y en el peor de los casos pretenden socavar la identidad nacional e incluso revertir el curso de nuestra historia.
Afrontar tanto creativa como exitosamente ese intento de colonización cultural, precisa cada vez más de una programación radial y televisiva donde prevalezca lo más autóctono y depurado de la nacionalidad cubana y lo verdaderamente legítimo de otras latitudes. Es ese el mayor desafío que hoy tienen ante sí los artistas, técnicos, periodistas y directivos de estos medios en sus respectivos desempeños.
Esos hombres y mujeres que realizan las más disímiles labores en el Instituto Cubano de Radio y Televisión, y que este 14 de diciembre conmemoran el Día del Trabajador de la Cultura con la satisfacción de contribuir al engrandecimiento cultural de nuestro pueblo, y con el compromiso de ser cada día más capaces y certeros en el cumplimiento de tan esencial misión. Porque justo es reconocer que pese a los embates tecnológicos contemporáneos, para millones de cubanas y cubanos su más cotidiano acercamiento a la cultura se produce a través de la radio y la televisión.
Es por ello que todo cuanto se transmita por nuestros canales televisivos y frecuencias radiales debe encaminarse hacia el propósito de hacer de nuestro pueblo uno de los más cultos del mundo, tal como anhelara el eterno Comandante en Jefe Fidel Castro. Impedir la banalidad, la superficialidad, la mediocridad, el simplismo y el mimetismo en las propuestas de nuestros medios es actualmente un insoslayable apremio, cuando más allá de nuestras costas el poderío mediático de las transnacionales de la comunicación se empeña en desvirtuar el más legítimo acervo cultural de los pueblos, mientras dentro de nuestras fronteras algunos populistas aún apuestan por el éxito fácil, equiparando la cubanía con la vulgaridad.
Un perjudicial despropósito que contradice la verdadera grandeza cultural que nos abarca desde la raíz hasta la estrella y desde la tradición a la modernidad. Esa admirable cultura nuestra que nunca ha establecido divergencias entre lo llamado popular y lo denominado culto, porque todo ha estado mezclado por derecho propio en el torrente creativo de varias generaciones de cubanos y cubanas, cuya obra de ayer, de hoy y de siempre veneramos con tan justificado orgullo.
Es esa la cultura que urge hacer, difundir y defender en estos medios, y la razón de ser de quienes en el ejercicio de las más diversas actividades, ocupaciones y responsabilidades consagran su talento, su voluntad, su esfuerzo, su vida toda a la radio y la televisión cubanas, que han de seguir siendo fieles portadores del acervo cultural que nos distingue como nación y como pueblo, por la salvaguarda de nuestra identidad, de nuestra integridad y de nuestra libertad.
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- Escrito por: SAHILY TABARES/Bohemia
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Valoraciones sobre una obra devenida portavoz del género que seduce a las mayorías con su intención de promocionar músicas, intérpretes, discos, desde una visión artística
El realizador audiovisual Orlando Cruzata, artífice del proyecto Cultural Lucas en la TV Cubana hace 25 años, ha logrado junto a su equipo creativo que los videoclips cubanos expresen un lenguaje propio alejado de estrategias publicitarias de la industria discográfica foránea.

Varias generaciones de realizadores incorporan códigos variados del cine, las artes plásticas, la literatura, la fotografía, la publicidad, el animado, para nutrir un quehacer novedoso del género que, tras arduos procesos de desarrollo y debates -animados por el propio Cruzata-, crece en programas televisuales, espectáculos, publicaciones, concursos, premios.
Ellos son conscientes de la función inherente al videoclip: se hace para vender un disco, un intérprete, una canción; desde los puntos de vista visual y conceptual tiene que lograr una comunicación con los públicos, de lo contrario es un fracaso comercial.
No siempre las formas narrativas y descriptivas empleadas generan textos abiertos, polisémicos, capaces de lograr la recepción audiovisual, el impacto sociocultural de fonogramas en términos de rescate, registro de individualidades y grupos musicales, innovaciones tecnológicas, evolución del audiovisual en nuestra nación.
De hecho, hay que hablar de una estética Lucas, tanto en lo sonoro como en lo visual, explícita en el estilo de los conductores y comentaristas, en su propia estructura dramatúrgica, la cual incluye estrenos de clips, lista de éxitos, espacios de crítica.
La exploración de los valores identitarios, el enfoque antropológico, la integración de la contemporaneidad y la tradición motivan a creadores jóvenes y mujeres realizadoras empeñados, en ocasiones, en el estilo de la parodia, la sátira, la crítica, entre otras expresiones de amplia connotación social.
También el proyecto demuestra que la producción independiente es un camino más eficiente y dinámico en el complejo universo de la producción audiovisual, el cual también necesita incorporar nuevas prácticas y bondades tecnológicas.
Quizás cuando Cruzata emprendió la aventura de Lucas solo contaba con la intuición, la voluntad de crear, transformar lo que venía de afuera bueno o malo. Él comentó en una oportunidad a Bohemia: “Siempre me gustó la música como oyente, más tarde decidí ser su promotor. Cuando comencé el proyecto sentí que no podía parar: en nuestro país conviven intérpretes y realizadores de mucho talento. En los inicios fue algo pequeño, después se convirtió en algo grande. El nombre Lucas, los agentes vestidos de negro y con gafas caracterizan una obra que ha pasado por diferentes etapas. Nos acompaña la creación en todo momento, cada nueva experiencia es un motivo para seguir creciendo”.
Imposible mencionar todos los nombres de quienes aportan ideas, pensamientos, magisterio en provecho de un proyecto que tiene personalidad propia y singulariza el mejor videoclip cubano. Este forma parte de un acervo imprescindible para mantener criterios de selección, destaque de puestas avalados por el rigor y la calidad artística.
La autonomía alcanzada por Lucas de ningún modo se puede perder. Ha logrado la difícil conjunción armónica entre cultura de masas y cultura de élite, contribuye de manera notable a la educación del gusto, de la sensibilidad de los públicos y a la apreciación de músicas, sí, en plural, que en ocasiones son escuchadas sin la debida atención o el aprendizaje requerido.
El arte exige cambios, transformaciones, desde esta perspectiva los espectáculos que promocionan el disco deben considerar las relaciones entre el cine y la televisión, pues en ambos medios se acude a la experimentación, a la autoría, al desempeño de un ejercicio personal que puede optar por la inclinación de los encuadres, los efectos de postproducción, la intertextualidad, la escenografía abigarrada o simple, las imágenes fuera de foco, juego de luces, humo, otros efectos, trucajes de imágenes que podían relacionarse con una intención asociativa.
Ciertamente, la elección de cómo hacer el videoclip depende de realizadores y músicos, del apoyo de las casas discográficas, del financiamiento, de las iniciativas acertadas, las cuales merecen ser concretadas en la práctica.
Lo más importante es que hay Lucas para rato. Debe seguir convenciendo desde los planteamientos temáticos, la calidad estética, la posibilidad de crear con la responsabilidad abierta al riesgo, a los mayores incentivos: seducir, hacer pensar.