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- Escrito por: SAHILY TABARES/Bohemia
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Valoraciones sobre una obra devenida portavoz del género que seduce a las mayorías con su intención de promocionar músicas, intérpretes, discos, desde una visión artística
El realizador audiovisual Orlando Cruzata, artífice del proyecto Cultural Lucas en la TV Cubana hace 25 años, ha logrado junto a su equipo creativo que los videoclips cubanos expresen un lenguaje propio alejado de estrategias publicitarias de la industria discográfica foránea.

Varias generaciones de realizadores incorporan códigos variados del cine, las artes plásticas, la literatura, la fotografía, la publicidad, el animado, para nutrir un quehacer novedoso del género que, tras arduos procesos de desarrollo y debates -animados por el propio Cruzata-, crece en programas televisuales, espectáculos, publicaciones, concursos, premios.
Ellos son conscientes de la función inherente al videoclip: se hace para vender un disco, un intérprete, una canción; desde los puntos de vista visual y conceptual tiene que lograr una comunicación con los públicos, de lo contrario es un fracaso comercial.
No siempre las formas narrativas y descriptivas empleadas generan textos abiertos, polisémicos, capaces de lograr la recepción audiovisual, el impacto sociocultural de fonogramas en términos de rescate, registro de individualidades y grupos musicales, innovaciones tecnológicas, evolución del audiovisual en nuestra nación.
De hecho, hay que hablar de una estética Lucas, tanto en lo sonoro como en lo visual, explícita en el estilo de los conductores y comentaristas, en su propia estructura dramatúrgica, la cual incluye estrenos de clips, lista de éxitos, espacios de crítica.
La exploración de los valores identitarios, el enfoque antropológico, la integración de la contemporaneidad y la tradición motivan a creadores jóvenes y mujeres realizadoras empeñados, en ocasiones, en el estilo de la parodia, la sátira, la crítica, entre otras expresiones de amplia connotación social.
También el proyecto demuestra que la producción independiente es un camino más eficiente y dinámico en el complejo universo de la producción audiovisual, el cual también necesita incorporar nuevas prácticas y bondades tecnológicas.
Quizás cuando Cruzata emprendió la aventura de Lucas solo contaba con la intuición, la voluntad de crear, transformar lo que venía de afuera bueno o malo. Él comentó en una oportunidad a Bohemia: “Siempre me gustó la música como oyente, más tarde decidí ser su promotor. Cuando comencé el proyecto sentí que no podía parar: en nuestro país conviven intérpretes y realizadores de mucho talento. En los inicios fue algo pequeño, después se convirtió en algo grande. El nombre Lucas, los agentes vestidos de negro y con gafas caracterizan una obra que ha pasado por diferentes etapas. Nos acompaña la creación en todo momento, cada nueva experiencia es un motivo para seguir creciendo”.
Imposible mencionar todos los nombres de quienes aportan ideas, pensamientos, magisterio en provecho de un proyecto que tiene personalidad propia y singulariza el mejor videoclip cubano. Este forma parte de un acervo imprescindible para mantener criterios de selección, destaque de puestas avalados por el rigor y la calidad artística.
La autonomía alcanzada por Lucas de ningún modo se puede perder. Ha logrado la difícil conjunción armónica entre cultura de masas y cultura de élite, contribuye de manera notable a la educación del gusto, de la sensibilidad de los públicos y a la apreciación de músicas, sí, en plural, que en ocasiones son escuchadas sin la debida atención o el aprendizaje requerido.
El arte exige cambios, transformaciones, desde esta perspectiva los espectáculos que promocionan el disco deben considerar las relaciones entre el cine y la televisión, pues en ambos medios se acude a la experimentación, a la autoría, al desempeño de un ejercicio personal que puede optar por la inclinación de los encuadres, los efectos de postproducción, la intertextualidad, la escenografía abigarrada o simple, las imágenes fuera de foco, juego de luces, humo, otros efectos, trucajes de imágenes que podían relacionarse con una intención asociativa.
Ciertamente, la elección de cómo hacer el videoclip depende de realizadores y músicos, del apoyo de las casas discográficas, del financiamiento, de las iniciativas acertadas, las cuales merecen ser concretadas en la práctica.
Lo más importante es que hay Lucas para rato. Debe seguir convenciendo desde los planteamientos temáticos, la calidad estética, la posibilidad de crear con la responsabilidad abierta al riesgo, a los mayores incentivos: seducir, hacer pensar.
Tomado de Bohemia
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- Escrito por: Yosvel Hernández Alén/CUBADEBATE
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Uno
Amaury Pérez es dual. De esta característica derivan, por una parte, la desorientación sobre la inmensa valía de su legado y, por otra, su enorme poder creativo, tan o más fuerte que el de otros que, sin embargo, resultan más fáciles de ubicar, de clasificar.
Apenas se inició en el mundo del arte a principios de los 70 y ya devino en dos personas: él mismo y el hijo de Consuelito Vidal. Algunos nunca han podido valorar su obra solo por el prejuicio infundado de que la estrella televisiva quería imponerles a su hijo, quien nunca sería tan grande como su madre. Hoy es uno de los compositores de la nueva canción cubana más interpretados en Cuba e Hispanoamérica.
Cuando se integró al Movimiento de la Nueva Trova, como parte de una segunda promoción dentro de la generación fundadora, traía consigo, al lado del trovador, a su alter ego artista pop. Las incomprensiones y conflictos que dicha dualidad o “contradicción estética” acarreó solo consiguieron avivar el genio del cantautor, a quien nadie puede negarle la condición de clásicos de varias de sus composiciones, ya sean poéticas canciones trovadorescas o poderosas baladas pop.
Amaury resulta, pues, un artista de la frontera, del margen, de la ambigüedad y lo inclasificable. Esto lo convierte en un cantautor singularísimo, idolatrado o detestado, sin términos medios, que tiene de todos y a la vez es único, que no convoca a un pueblo, pero conserva un público numeroso y fiel.
“Estrella de la Trova” y “Poeta del Pop”, masculino y femenino (es Martí y también Loynaz), apolíneo y dionisíaco, Amaury Pérez es rebeldía.
Dos
Dos temas incluidos en su primer disco hubieran bastado para que su firma autoral quedara grabada entre lo más delicado de la canción cubana de todos los tiempos. Me refiero a “Acuérdate de abril” (que da título al LP) y a “Vuela, pena”, obra que ya había sido estrenada exitosamente por Omara Portuondo como parte de su repertorio inicial como solista.
Además, cuando terminó la década del 70, ya el cantautor había aportado a la discografía nacional dos materiales valorados por la crítica especializada como masterpieces: “Poemas de José Martí cantados por Amaury Pérez” y “Aguas”, disco que incluye la icónica canción “No lo van a impedir”, himno queer o patriótico, o las dos cosas y más.
Por otra parte, Amaury integra la lista de los compositores más populares de los años 80 gracias al encanto de sus baladas, popularizadas, sobre todo, por las divas pop de la época, especialmente por Mirtha Medina, cuya carrera se relanza a partir del aplauso de, entre otras, estas dos canciones del cantautor: “Caricias” y “Porque no me vas a querer” (a dúo con el propio Amaury), las cuales permanecieron semanas en la cima de las listas de éxitos. Valga agregar que en los “hit parades” también se han situado a lo largo de décadas temas cantados por él mismo, como “Hacerte venir” o “Encuentros”, por solo mencionar un par de ellos.
Dichas canciones fueron muy aplaudidas en memorables conciertos-espectáculos protagonizados por Amaury en los 80 y los 90. Constituyeron verdaderos derroches de creatividad y rebeldía, no solo en lo musical sino también en lo teatral y en el outfit del artista, que escandalizó a muchos por el color del vestuario, los aretes o el pelo. Se recuerdan especialmente estos dos: “Concierto ciudadano”, de 1998, donde el artista visual Waldo Saavedra vistió el Karl Marx con audaces decorados, y “Retrato de Navidad”, en el Teatro Nacional en 1994, fastuoso espectáculo que tuvo la osadía de traer de vuelta a los escenarios cubanos el repertorio navideño. De todo lo anterior se colige lo mucho que la cultura pop de este país le debe al cantautor.
Pero también le deben la poesía y la trova cubanas, porque Amaury es uno de los músicos que con mayor asiduidad y maestría ha musicalizado poemas de autores nacionales e iberoamericanos. Evidencia de ello son sus dos discos monográficos sobre José Martí y Dulce María Loynaz y otras tantas canciones como “Soneto”, popularizada por Ana Belén, con texto de Nicolás Guillén o “El vino triste” (“Ese hombre que entra al bar sin sombra que le ladre…”), a partir del poema de Armando Tejeda Gómez, versionada exitosamente por Danny Rivera. Resulta extraño que no haya musicado a Julián del Casal, porque el cantautor es, en varios sentidos, una suerte de Casal de la trova.
Por último, hay que subrayar el poder poético de sus propios textos, ora más “clásicos” o “arquitectónicos”, como “Para cuando me vaya”, ora “endemoniados” como “Danzón deseo”, cuya letra lo confirma como uno de los más sutiles cantores del erotismo en la Nueva Trova.
En resumen, con dos obras le hubiera bastado al dual Amaury Pérez Vidal para asegurarse un sitio privilegiado en la historia de la música cubana. Pero no hay que olvidar que, parafraseando a su amiga e intérprete Nacha Guevara, son mucho, mucho más que dos.